El sonido del silencio
15.29, en mi reloj, del día 10 de Julio de 2009. Estoy montado en un regional de media distancia. Como casi siempre, sale con retraso.
No suelo escribir allí donde me surge, pero mi consciencia me empuja a hacerlo en la guía de lo que debe contener el trabajo de un DEA.
El tren acaba de ponerse en marcha, rumbo a Plasencia, aunque yo me quede en Talavera, para marcharme al pueblo de mis padres, Las Herencias. Un viaje obligado y no deseado. De algún modo para no mendigar por las calles de Guadalajara o no dar incumbencias a nadie.
El día es relajado, pero el momento me estresa. Han cambiado el lugar de salida del tren, y aunque sabía por donde tenía que ir, la inquietud e incertidumbre de la gente se me contagia, pero tren ya está en marcha.
Espero y deseo que el viaje, o mejor dicho la estancia en el pueblo no sea estresante ni agobiante. Desde hace casi 2 años ir al pueblo me estresa, no quiero, no me gusta, no me siento seguro. Desde aquella fatídica madrugada de agosto, el verano herenciano me supone una pesadilla que deseo y rezo para que se pase rápida.
Mis amigos lo saben, o creen saberlo, pero no saben comprenderlo. Sólo yo reconozco para mí el despertar de aquellos fantasmas del pasado.
La incertidumbre ante los sitios en los que haré presencia me inquietan, me entristecen, me excitan y hacen que quiera volver atrás.
Antonio me dice que esta es mi cruz, en este momento y que pronto se descargará. Por favor, que ocurra ya. Este fin de semana 2 cosas pueden pasas: que se descargue de peso o que pese aún más.
No tengo miedo, no. Solo saber si esos fantasmas no vuelven a aparecer, y los invocadores se han tranquilizado y yo puedo respirar, salir a la calle sin unas gafas de sol, sin unos cascos para no escuchar y poder ir por la calle respirando, porque en cualquier momento me puedo asfixiar.
La otra tarde mientras me intentaba concentrar, exprimiendo las actividades que el grupo de profesores del MDU habían escrito sobre la evaluación, escuché algo, algo inaudible, pero que me hizo estremecer. Era el sonido del silencio.
Ojos que no ven, corazón que no siente. Oídos que no oyen, corazón y persona que no siente. Procuro aplicarme esto.
La R.U. “Los Guzmán” estaba anoche como si nunca hubiera vivido allí. Como si solamente estuviera yo en el mundo. ¿Dónde estaban las risas, los gritos y las carreras que tantos conflictos han generado durante el curso? Por no estar, no estaba ni el gato recatado.
En este curso he sufrido, he reído, pero jamás he llorado. No quiero hacer un repaso, porque personal y profesionalmente me encuentro a un 90% satisfecho. Pero en otros ámbitos estoy fallando o ¿tengo miedo al fracaso? Tengo miedo al fracaso… tengo miedo de no dar lo que se espera de mí.
Quizás debo aprender a reírme un poco de mí mismo, aceptar que me equivoco y abrirme más.
De momento hago el mismo camino a casa, una vez más. Voy a intentar no estresarme y disfrutar de los que me quieren y reclaman mi presencia. Pero el lunes escucharé de nuevo, en la noche, el sonido del silencio. 16.55.